miércoles, 10 de octubre de 2012

MANITOS GORDAS, UN CUENTO DE POLDY BIRD‏.



MANITOS GORDAS
                                                                                    Para mi madre en su día.
 No tiene las manos parecidas a las mías --dijiste-. Pero se come las uñas co­mo yo.
Mis manitos gordas de ocho años eran cortas y redondas. Tus manos eran finas, de alargados dedos con puntas ovaladas. Las mías tenían hoyuelos y parecían ator­nilladas a mis muñecas. Las tuyas eran como pajaritos aleteando con gracia.
Eras preciosa, mami, yo ni siquiera fui linda nunca. Sólo nos parecíamos en las uñas comidas, la nariz y el color de los ojos.
Pero sin que dieras cuenta, y como adivinando premonitoriamente tu muerte tan temprana, te fui robando gotitas de poe­sía. Yo no usé tus perfumes, ni tu lápiz labial ni tu rubor, como otras niñitas les usan a sus mamis, pero te usé las letras, me puse en la vocecita todavía de lata, tus coplas que no entendía bien pero eran de música y colores, igual que un trompo dando vueltas, que una calesita mecida por... ¡ay, mami, te gustaban canciones que entonces me parecían horribles y abu­rridas... ! Malena canta el tango... Uno busca lleno de esperanzas... Una mujer debe ser soñadora coqueta y ardiente... Beniamino Gigli cantando "La Travia­ta" ...
¿Qué tenía que ver eso con la maravilla de "Era un ratoncito chiquito chiquito, que asomaba el morro por un agujeri­to. . . " o "La farolera tropezó"?, y con ella nosotras dos cayendo sobre la cama, muer­tas de risa, una encima de la otra, desen­tonando y casi sin respiración.
Ay, mami, mami. Y me hacías cosquillas en la barriga y yo con mis manitos gor­das te tomaba la cara tan bonita, suave­mente, sin apretarte, y toda tu risa era para mí, mía, mía.
Ay, tus manitos gordas son dos...
-¡Chanchitos!
-Crunch, crunch, crunch, me comen los chanchitos. Y ahora tus manitos son dos...
-¡Perritos!
-Am, am, am, guau, me muerden los perritos. Y ahora tus manitos son dos...
-¡Gatitos!
-Miau, au, au, au, me arañan los gati­tos. Y ahora tus manitos son dos...
-¡Manitos!
-Y qué preciosas y suavecitas estas manitos de mi nena, deditos sucios de tin­ta azul, que me acarician, lindas. ¡Pero seguro que son manitos y no cangrejos que pellizcan como mis manos! Crinch, crinch, crinch, pellizcan los bracitos, y los cache­titos y. . . ¿dónde tenés la nariz? ¡Me ol­vidé que las nenas necesitan nariz para respirar y no te hice nariz! ¡Qué olvidadi­za! ¡Vamos a buscar un poco de harina y agua para hacerte una nariz!
-Mami, la hora de la novela.
-¡Sí, la novela!
Y las dos, sentadas al borde de la cama, escuchábamos la novela comiéndonos las uñas. Pocas veces pasó. Pero me acuerdo. Y en la memoria de aquellos días en los que el sol era un oro finísimo, como talco, entrando por la ventana y espolvoreándonos, multipliqué esas horas, las transfor­mé en cientos, y fue para lo único que me sirvieron en la vida las tablas de multi­plicar.
¿Me hiciste la nariz de harina y agua?
Ramito, ramito, con muchos poquititos voy armando recuerdos. Algunos son en­teros, otros son pedacitos, algunos en blanco y negro, como los sueños, otros en colores como la nueva televisión. Pero to­dos los recuerdos tienen tu olor. A fras­quito de perfume vacío; poco pero inten­so. ¿Viste cuando uno encuentra un fras­co viejo de perfume, vacío, y lo huele, y se te viene encima una oleada de tiempo? Y uno huele despacio porque le da un mie­do horrible de que ese resto prodigioso se acabe y con él quede cortada de un hacha­zo la tardecita aquella, un rosarito trans­parente de palabras, el vestido turquesa con el moño en el hombro...
Casi todos los ramos tienen una docena, mami, pero el mío tiene ocho. Porque fue­ron sólo ocho los años que vivimos juntas. Ocho tortas de cumpleaños me habrás he­cho. Ocho velitas como máximo me habrás comprado. Ocho. Número de sinfín, de vuelta que se entrecruza con otra y vuelve. Y hay que poner la boca como para comer bombones para decir ocho. Ocho, yo como pochoclo, oso celoso, lloro con mocos, toco fondo...
No me ha salido bien el remiendo de la rotura que le dejaste a mi corazón. Coso con hilos que nunca alcanzan... hebras largas que se anudan, hebras cortitas que dejan la puntada por la mitad. Las hebras del diablo esas largas, como decía la her­mana Elena en la clase de costura; las hebras cortitas de la paciencia de la Vir­gen María, decía también.
Vos no me enseñaste, antes de morirte, mami, cuál es el largo exacto de las hebras que tengo que usar.
Y así anda por aquí y por allá mi cora­zón, hecho un desastre, cansado de invisi­bles remiendos que nunca le han servido para nada... Porque una niña sin mamá zurce su tristeza con una aguja sin hilo, siempre, siempre sin hilo. Y aunque sepa dar puntadas perfectas, la rotura de huér­fana no cierra. Vos mami también tratas­te de zurcir la misma tela frágil, ¿lo con­seguiste alguna vez?
Quizás. En estas ocasiones especiales en las cuales las personas se transforman, por obra de la magia de un encuentro, de un momento de amor, de un llantito que sale de la cuna y nos llama, confirmando que somos necesarias.
No sé si fui llorona, mami, pero deseo que sí. Deseo haber sido una hija cansadora, pedigüeña, insaciable, que te haya hecho correr detrás de mí. Que te haya preocupado. Que te haya conmovido. Que te haya hecho desplomarte de cansancio. Que no te haya pasado inadvertida, mami.
Yo quería ser tan especial para vos...
Y que me miraras todo el tiempo. Recitar y bailar y que mi cuaderno fue­se el más precioso. Y mi tono el más alto del coro. Y mi risa la más luminosa.
Yo quería gustarte como vos me gus­tabas.
Y que me admiraras como yo te admi­raba.
Y llegar a tener el pelo tan brilloso. . . y la cintura tan breve... y los pasos tan dóciles a esos zapatos de tacones altísi­mos... Y tener tu manera de mover las manos finas... y tener las manos tan fi­nas y leves y expresivas...
Pero no tuve tiempo para heredarlo, para copiarlo todo. Y aquí estoy, enhe­brando palabras azules, mostacillas de poesía, unas cuentas liláceas de tristeza, porque hoy, día de la madre, quiero darte un collar hecho por mí, por mis manos que sólo se parecen a las tuyas porque tienen las uñas comidas, pero siguen siendo aque­llas de mi infancia, mis manitos gordas que te alcanzaban la harina para que la mezclaras con agua y me hicieras la nariz.
 Gracias Solotu por compartir.
Un abrazo.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por visitar mi blog y dejar tu comentario!