miércoles, 26 de febrero de 2014

LA SEÑORA ADAMS

                                                                                 


El gran auto de lujo paró delante del pequeño escritorio a la entrada del cementerio y el chofer, uniformado, se dirigió al guardia:
-    ¿Puede usted acompañarme, por favor?  Es que mi patrona está enferma y no puede caminar, explicó. ¿Quiere tener la bondad de venir a hablar con ella?

Una señora de edad, cuyos ojos en el fondo no podían ocultar el profundo sufrimiento, esperaba en el auto:
-    Soy la señora Adams, le dijo.  En estos últimos dos años mandé cinco dólares por semana...
-    Para las flores, recordó el vigilante.
-    Justamente, para que fueran colocadas en la sepultura de mi hijo.  Vine aquí hoy, dijo un tanto consternada, porque los médicos me avisaron que tengo poco tiempo de vida. Entonces quise venir hasta aquí para una última visita y para agradecerle.

El vigilante tuvo un momento de excitación, después habló con delicadeza:
-    Sabe mi señora, yo siempre lamenté que continuara mandando el dinero para las flores.

-    ¿Cómo es eso? Preguntó la dama.
-    Es que... la señora sabe... las flores duran tan poco tiempo... Y al final, aquí, nadie las ve.

-    ¿El señor sabe lo que está diciendo? Refutó la señora Adams.
-    Sí, sí señora. Pertenezco a una asociación de servicio social, cuyos miembros visitan los hospitales y los asilos.  Allá, sí que las flores, hacen mucha falta.  Los internos pueden verlas y apreciar su perfume.

La señora quedó en silencio por algunos momentos. Después sin decir palabra, hizo una seña a su chofer para que partieran.

Meses después, el vigilante fue sorprendido por otra visita. Doblemente sorprendido, porque esta vez, era la propia señora Adams quien venía manejando el auto:
-    Ahora soy yo misma quien lleva las flores a los enfermos, le explicó con una sonrisa muy amable. Usted tenía razón, los enfermos se sienten radiantes y hacen que yo me sienta muy feliz.  Los médicos no saben la razón de mi cura, pero yo si sé.  Es que encontré motivos para vivir. No me olvidé de mi hijo, al contrario, ahora entrego las flores en su nombre y eso me da fuerzas para vivir.

La señora Adams descubrió lo que casi todos ignoramos, pero que muchas veces olvidamos. 
Ayudando a otros, conseguimos ayudarnos a nosotros mismos.
                                 

                                Gracias María Cristina Milanesio por compartir.
                                Un abrazo.
                                                                              

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